Cuidado de
las dimensiones
esenciales
¿Qué significa estar vivos,
vivir con otros y relacionarnos
dentro de un espacio compartido?
Esta tarea nos fue conduciendo en el tiempo a la integración
de preguntas más amplias. ¿Cómo nombrar sin que despierten
rechazos provenientes del uso que la expresión «espiritual»
ha generado a lo largo de los siglos?
¿Cómo relacionarnos con aquello que está «más allá de lo humano»
de un modo confiable sin estetizar en exceso y sin prejuicios?
¿Cómo desarrollar un discernimiento inteligente
basado en las sensorialidades despertadas que dé lugar
a una manera de pensar y hablar, que no excluya dimensiones
trascendentes, ni las banalice, ni niegue, ni distorsione?
El respeto y el cuidado vienen de allí.
Una de las vías es la meditación
y el cultivo del silencio como práctica.
La práctica de la meditación permite una comunicación más profunda
con nosotros mismos. Nos religa con nuestra interioridad. A través de ella
podemos llegar a tener esa experiencia inédita en la que repentinamente
tenemos un insight respecto a nuestra vida, un conocimiento
con el que no contábamos previamente. Creamos un puente
hacia un territorio al que no podemos acceder con ideas preestablecidas,
que no podemos controlar ni manipular a nuestro gusto.
Nada tiene que ver con creencias sino con experiencias.
La meditación es alimento para la mente hambrienta de alivio;
para el dolor emocional y la confusión; para la mente agitada y ansiosa.
Ofrece la bendición de la confianza y la claridad. Es una compañía para la soledad.
El silencio que ofrece puede relajar la mente y restablecer el flujo de creatividad.
Las cualidades que se entrenan en la experiencia
con la meditación puede llevarnos a descubrir tesoros
que desconocemos y su cultivo nos permitirá florecer.
En este nivel la relación con la naturaleza y el entorno se vuelve evidente.
Por eso nuestro árbol alcanza esas dimensiones que invitamos
que cada uno nombre de la manera que le sea más sentida.